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“… aqueste no acordarme no es olvido / sino una negación de la memoria”, escribió sor Juana al final de uno de sus sonetos. Tres siglos y medio después, Coral Bracho hace de esa “negación” de la memoria capaz de rechazar y ordenar a su arbitrio, y ya descoyuntada aquí por el Alzheimer, su materia de trabajo: la memoria y sus universos paralelos, cables cruzados y uróboros, su simultánea cualidad de archivo vacío y de hallazgo, de avidez de sentido y pérdida de goznes claves, se perciben aquí con la minuciosidad quirúrgica de Bracho, pero, también, con un nuevo estremecimiento. Nada es lo que parece y aparece entre esas voces reconocibles que se intercalan y dialogan en un universo ubicuo, dislocado y regulador que poco a poco se desvanece, ¿un kínder, un sanatorio, un asilo?, para expresar lo que observan, lo que temen y esperan.Cada volumen de Bracho —y Debe ser un malentendido no es la excepción— genera un curioso “efecto Mandela” en sus lectores: la sensación de recordar su espléndida obra de otro modo, de resultarnos familiar pero distinta (pero distante) de los rasgos que solían caracterizarla. Con tal procedimiento, la autora armó este rompecabezas cuyas piezas “se pierden, pero no la mirada / que lo sabe suyo. / Las formas, los objetos, se funden, / se desmoronan; pero el sentido / del conjunto persiste: entre momentos, / entre ficciones, / bajo fracturas incesantes. Como un umbral, un asidero”.Coral Bracho ha escrito un libro memorable sobre la desmemoria. Pero no sólo: ha dado voz a sus incómodos silencios, y ha buscado acercarse, para desentrañarlos y volverlos visibles, a esos espacios, en apariencia insólitos y recónditos, que a todos de un modo u otro nos atañen, nos pertenecen.