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Escritas en 1906, y censuradas por sus herederos hasta 1963, estas consideraciones sobre la religión son una lectura sorprendente y original; un conjunto de pensamientos -en ocasiones ácidamente críticos, otras, crueles e incluso irreverentes- que no deja indiferente: quizás, uno de los mejores legados temperamentales de Mark Twain (1835-1910).